Los hilos de luz que se cuelan por los callejones de nuestra ciudad protagonista, históricamente testigo de podredumbre y vida poco salubre, todavía nos invitan a desvelar signos de su pasado. Se trata de Edimburgo, capital de la frondosa Escocia, capaz de combinar el bullicio y la vida alegre moderna de los vivos con reminiscencias de la época medieval y ecos del más allá. En una llamada directa a las oscuras leyendas y al misterio, si apostáis por este destino de vacaciones, un imprescindible es un paseo por su Royal Mile podría trasladarte de golpe hacia tiempos que parecen haber dejado para los más susceptibles signos fantasmagóricos de esa pandemia conocida como Peste Negra. No es de extrañar entonces que un escenario como este sirviera de inspiración a escritores como Robert Louis Stevenson para doctor Jekyll y señor Hyde, o a J.K.Rowling dando estructura literaria a su archiconocido colegio Hogwarts.
Dos puntos clave marcan los extremos del recorrido por la ciudad, desde su encumbrado castillo al Palacio de Holyrood. El turista queda avisado, bajo ese empedrado hasta dar con New Town Mile y todas las magnánimas construcciones (como las de High Street) otro asentamiento anterior en el tiempo aguarda. Es este un paseo en el que lo fantasmagórico se mezcla con la música en directo de los pubs o de su reconocido festival en verano, numerosos restaurantes, comercios… Sin embargo otro pasaje pretérito nos habla de los miedos ante ese terrible contagio de la peste bubónica, que ante falta de medicinas, recursos, un sistema de saneamiento, la convivencia incontrolable con ratas y pulgas.. fue caldo cultivo que sentenció mortalmente durante siglos a una cantidad ingente de esos desdichados, a los que no les quedaba más remedio que vivir hacinados y en la miseria.
Fue la Navidad de 1664 el momento en el que el horror asomaba por el puerto de Leith para quedarse, un periodo que ya quedaba también desdichadamente marcado por los enfrentamientos con el norte de Reino Unido. A medida que el número de cadáveres aumentaba a causa de la enfermedad, escaseaban los recursos para darles un digno descanso y no quedaba más solución que la de las fosas comunes. La casi nula barrera respecto a la putrefacción, a muy escaso distanciamiento del nivel del suelo, hacía que los virus contaminaran las aguas. Una cadena incontrolable que hizo tomar al Consistorio una medida drástica.
Hubo un callejón que fue duramente castigado por la condena de la muerte, el de Mary’s King, y así fue que rápidamente no dudaron en la marginación más visceral, movida por el terror, levantando un muro para que la población no siguiera menguando. Una pared de piedra dejaba agónicos, desterrados, casi en la penumbra y privados de milagros a los menesterosos… pues la gente pudiente hacía tiempo que había huido despavorida del lugar y la suciedad. Cuando mucho después esa separación fue derribada, quedaban las imágenes de la tragedia, no pensándose otra cosa más que el lugar había estado poco menos que maldito. Hoy en día se puede acceder a este mismo resguardo, que queda situado junto a City Chambers, bajando por una escalera a este inframundo todavía conservado.
La humedad, falta de luz y un suelo poco firme de Mary King’s Close nos dan pistas sobre la forma de vida y penurias del siglo XVII Se dice que el nombre de la calle responde al de una señora viuda que se ganó la admiración, reconocimiento y simpatía de sus gentes con un humilde negocio de telas en el que se dedicaba con esmero para criar a sus hijos. Es de lo poco que puede visitarse intacto, ya que un proyecto urbanístico posterior conocido como Royal Exchange, remodeló un siglo más tarde el planteamiento de muchos edificios casi derrumbados construyendo encima de las ruinas.
Sin embargo, con estos elementos, las historias para no dormir no tardaron en aparecer en un Edimburgo que parece envuelto en el encantamiento. Para quien se anime a perderse entre calles como Bow Street y principales lugares de atracción turística, hay quien habla de apariciones de toda clase de espíritus que vagan entre lamentos. A esta ciudad tampoco le faltan otros ambientes de cuento como el lago Nor Loch, en sus proximidades, y los Jardines de Princes Street. ¿Te atreves a adentrarte en sus cementerios, abiertos día y noche, entre enigmáticas estatuas y lápidas? Anota el de Greyfriars, que acoge los restos de rebeldes que acabaron en prisión y de quienes se dice que a veces abandonan sus tumbas llenos de cardenales. Sin salir del mismo lugar también se cita al espectro del abogado que consiguió su encarcelamiento, el sanguinario Sir Geoge Mackenzie… Como se suele decir, juntos pero no revueltos.
No te olvides tampoco del camposanto de Calton, marcado por la barbarie, con espacios en los que los que acusados de brujería eran quemados y criminales llevados a la horca. La colina del mismo nombre también quedó destinado para una leprosería y dada su altura ofrece un panorama inmejorable de la ciudad. Algunas tumbas del recinto mortuorio fueron profanadas por los ladrones de cuerpos Hare y Burke, pero por suerte no fue el caso de la del conocido filósofo empirista David Hume, quien allí descansa.
El reclamo principal sin dudas es el ineludible castillo de Edimburgo, que se asienta imperioso sobre los ya inexistentes volcanes de Firth of Forth, entre los acantilados de granito frente al Mar del Norte en el límite entre Inglaterra y Escocia. Para ir hasta allí toca ‘hacer piernas’ en una pronunciada ascensión, pero merece la pena para darse una cita con la historia, como construcción que ya fue concebida desde el año 800, a pesar de ser posteriormente replanteada. Allí se da cuenta de otros ‘conocidos etéreos’ como un tamborilero decapitado y hasta fantasmas de perros…
Bajo suelo, no falta todo un misterioso entramado de túneles que un gaitero quiso explorar, para nunca más regresar. Se dice que, en su rescate, jamás se encontró su cuerpo y su presencia de igual modo ha quedado vinculada a una fortaleza en cuyas tenebrosas mazmorras se practicaban torturas. No obstante, hay partes mucho más luminosas como la Sala de la Corona, donde se coronaban los monarcas escoceses, una estancia que custodia las joyas de la realeza.
Hablando de reinados, el Palacio Holyrood House por su parte fue hogar de la reina María Estuardo y sus habitaciones destacan por su interiorismo en tapices y algún que otro pasadizo secreto. Se dice que los huéspedes que han estado en el edificio han experimentado cambios de temperatura, dolor de cabeza y algunos afirman haber visto una señora vestida con ropa verde que consideran señal de mala fortuna. En este mismo lugar fue asesinado con más de cincuenta puñaladas el secretario de la monarca.
Aprovechando que se termina el año. Si te gustan las bebidas espirituosas y quieres recibir el año nuevo en esta ciudad, tienes entonces el mejor pretexto, pues es bien conocido su Hogmanay. Es una celebración a lo grande (con más de 100.000 personas cada año) en la que los espectáculos, las danzas tradicionales, los desfiles de antorchas, los fuegos, artificiales, el whisky escocés y la cerveza se extienden por doquier… para acabar incluso bañándose en las aguas heladas de la ciudad.
Y para respirar naturaleza tras la fiesta, otra singularidad de Edimburgo es su jardín botánico de 1820, con un amplísimo despliegue de plantas divididas en diez zonas en función de su tipo de clima y hasta un precioso reloj floral. Un espacio muy preciado que seguro contrarrestaba los efectos contaminantes de la ciudad en plena industrialización durante el siglo XIX. Quedando algún lugar para el arte y la cultura, tampoco sería un desperdicio visitar gratuitamente su Museo y Galería nacionales. Podremos ver desde la oveja Dolly en el primero hasta una colección en la segunda que comprende del Renacimiento al Post-Impresionismo.